De cómo me largué del muelle de San Blas
Lucía Rosa
Especial para el Mimbre Despeinado
"A todas esas almas nobles que se dejan seducir por un cuento"
Condeno a aquellos que digan que el sonsonete de Maná ha sido el mismo por más de una década. Era de las que pensaba lo mismo, hasta que una noche, mientras guiaba del trabajo a mi casa, puse el radio en "scan" y me di cuenta que, en efecto, Maná se había convertido en "Mi religión".
Esa noche, después de analizar cómo se puede vivir sin aire o de reafirmarme que es imposible no llorar un río después de la muerte de Chico Méndez, vi mi historia plasmada en una de sus canciones y desperté. La canción me salvó la vida. Maná evitó que me convirtiera en la vieja del Muelle de San Blas. En esa a la que le juran que volverán y se queda esperando sentada en un muelle de madera creyéndose el cuento.
Gente, esto es bien serio. Y quiero hacer esta historia pública porque no soy de la que le cree el cuento a cualquiera, pero en esta ocasión me pasó. Es como no creer en espíritus y que se te paren los pelos cuando pasas frente al Capitolio después de la medianoche porque ves la sobra del hombre ese que dicen, asomado por la ventana.
Cualquiera, en cualquier momento, puede caer en este cuento. Nadie se salva.
Cuando escuché la canción, la imagen llegó a mi mente y me frisé. Ahí estaba yo sentada, aunque con la ropa en mejores condiciones que la de la vieja, y con el perro de mi mejor amiga a mi lado, con su irresistible cara de víctima, que mejoraba por mucho la mía.
Y me hablé. Era hora de plantearme soluciones, y sólo pensé en dos. Era, convertirme en la vieja de San Blas de este siglo esperando por una persona que juró regresar a mi vida una vez terminara unos "procesos" personales, o montarme en el bote de alguno de los pescadores del puto muelle y vivir una nueva aventura. ¿Por cuál opté? Esa misma semana di un exitoso viaje en una lancha bimotor.
Pero no hablaré del pescador, siento que necesitamos hablar del tipo que trató de dejarme sentada en el muelle. Lo llamaremos "Fher", por aquello de guardar fidelidad a la canción.
No abundaré en la historia como tal, pero he sacado las lecciones que me llevo de esta experiencia y las compartiré para que aquellos que se identifiquen conmigo las reciten a diario frente al espejo. Aún más, deben llevarlas bajo el brazo como una Biblia (este trauma que me dejó el colegio, lo siento), mejor digamos, como una People Magazine o la Vanity Fair de este mes, que tiene al riquísimo George Clooney en la portada.
El primer paso es identificar al agresor. "Fher" era un "agresor-pasivo". Y aunque suene tan contradictorio como cuando Ricardo Arjona pide que lo "acompañen a estar solo" (¡Por Dios!), en este caso tiene sentido. "Fher" llegó muy disfrazado, por lo que recomiendo que sean muy cautelosos. Se vistió de talentoso, buen amante, amigo de mis amigas, good listener, líder y aventurero. Me deslumbró.
Lo siguiente es evaluar el contenido de sus historias y este es un punto muy importante porque si el tipo es bueno haciendo su trabajo, te creerás las excusas por más trilladas que sean. Y es que las excusas que utiliza la generación de jevos "mid 30th" para ponerte en hold en lo que resuelven sus vidas no han variado mucho desde 1898 (Perdón, pero siempre me gusta culpar a los gringos de todo). Pero no nos desenfoquemos. El asunto es que las excusas de estos tipos como "Fher" carecen de originalidad. El peligro radica en que el disfraz con que llegaron está hecho de un material lo suficientemente resistente como para que no notes que has caído en un letargo del cual ellos prometen que te sacarán una vez resuelvan sus "asuntos personales". Este disfraz de "Super Jevote" hacía a "Fher" lucir diferente a los demás tipos y sus excusas me parecían válidas. Y de repente, allí estaba yo, accediendo al tiempo que había solicitado, sentada en el muelle con la misma ropa para que a su regreso me identificara. Otro asunto; si el tipo sabe que eres inteligente y que puedes identificar su estrategia, se dedicará a darte "mantenimiento" con llamadas esporádicas a tu teléfono celular para decir que te extraña y que piensa todo el tiempo en ti. No gente, no, no, no…
En este momento es donde identifiqué que estaba sentada a la orilla del muelle a la merced de esta persona. Las llamadas de este tipo me amarraban como anclas al muelle. Y los pescadores, libres, atractivos, dueños del mar, me pasaban por el frente y ni los notaba.
Ni un día más así. Lánzate al mar, busca una amiga con quien recorrer en auto el Teodoro Moscoso con los cristales abajo escuchando "I Will Survive" o móntate en una aventura con un pescador, pero lárgate del puto muelle.