Mudanzas
Hace dos días vino a mi apartamento una muchacha boricua de 23 años juntos a su amiga mexicana a buscar la mesa de comedor que le vendí. La chamaca es ingeniera mecánica, recién graduada del RUM y va a trabajar en Fremont, cerca de Silicon Valley. Acaba de llegar y está amueblando su primer apartamento. Terminé regalándole todas mis matas, una mesita de noche y un libro de Wilo Benet de recetas criollas porque se quejó de que “todo el mundo que conozco aquí me pregunta si sé cocinar comida puertorriqueña y en verdad no se cocinar nada”.
Estuvimos como dos horas las tres juntas entre desmontar la mesa, hablar y mover las cosas a su carro. Cuando terminamos me despido de ambas y al ratito me tocan la puerta, era su amiga mexicana.
— El matres ese que está en el comedor, ¿lo estás regalando?
— Sí, ¿te lo llevas?
Lo arrastró hasta el pasillo de mi edificio y mientras se despedía me dijo que, según la boricua, mi apartamento huele a Puerto Rico.
"Que raro, no cocino hace como dos días." dije, mientras me esforzaba en reconocer algún olor ‘boricuoso’ en mi apartamento
—No, no huele a comida. Dice ella que es en general, me dijo que Puerto Rico huele como tu apartamento.
Dos minutos después de despedirme por última vez y frustrada al no poder identificar ningún olor en mi casa que me recordara a Puerto Rico, tuve que concluir que el ‘olor’ tenía que ser un efecto sinestésico de haber escuchado y visto algo que le resultó inmediatamente familiar. A mi esa familiaridad me dio con regalarle cosas que pensaba vender; a ella, esas dos horas le olieron a Puerto Rico.
Tres minutos después de despedirme por última vez me di cuenta de la tragedia. Su nostalgia. La mía. Ella es una ingeniera mecánica de 23 años acabada de graduar del RUM. La del país.
Etiquetas: #desdeafuera
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