El culto de ser hombre y de como poco a poco volvi a ser mujer

“A mis sobrinos que andan en el extranjero…porque pidieron una columna de Mimbre y a mi hermana, a quien extraño mas que a nadie”

Me hice hombre hace un año. Para ser exacta, desde noviembre del año pasado. Pasó Acción de Gracias y con esa fecha mis ovarios, mis estrógeno, mi cabeza y todo lo que me hace ser mujer se fueron transformando para dar paso a una vida mucho mas atlética y una fortaleza de carácter indescriptible. Fue así como en diciembre del pasado año no tenía ninguna duda de que por dentro era hombre. Me di cuenta cuando salí con mis amigas una noche y un muchacho sumamente atractivo me invitó a tomarme una copa de vino tinto con él. Me senté en la barra y conversamos entre otras cosas de la bolsa de valores, de inversiones y de que marcas de carros nos gustaban. Traté por un segundo de rescatar a la mujer dentro de mi y contarle de cómo había encontrado un bikini espectacular por menos de treina dólares para ir a la playa ese domingo, pero la testosterona no me dejó y terminé haciendo un análisis del mercado negro, los peligros de la vida hostil en Wall Street y de que Miguel Cotto tenía que hacer para ganar su próxima pelea.

Desde ese momento supe que para sobrevivir como hombre tenía que poner a dormir a la mujer dentro de mi. Con esto quiero decir que no se puede ser nena y nene al mismo tiempo. He estado casi un año trabajando para conseguirlo. Es el perfecto balance: nena por fuera, hombre por dentro. A veces el hombre en mi me obliga a hacer 20 abdominales mas en el parque cuando hago ejercicio. Al hombre en mi le gusta pagarle los tragos a mis amigas en una barra, guiar todo el tiempo, tener la guagua limpia y beneficiarse de lo que suelo llamar “sexo sin compromiso”. (Luego explicaré este término pues es otra columna).

La mujer en mi se maquilla en los fines de semana, llora por una película fresita, se pone bengay en todo el cuerpo porque no puede bregar con el dolor del cuerpo al correr y se hace faciales mensuales. Se cuestiona cuando llamará un individuo, se cree que es una macha machaza y le gusta enseñar sus piernas.

Lo peor del caso es que no soy solo yo la que he pasado por este cambio. Mis amigas mas cercanas se han convertido en hombres también. Hemos formado un pequeño culto y estamos sumamente orgullosas de eso. Comemos con los dedos y sin servilletas. Bebemos cervezas baratas, no les devolvemos las llamadas a los muchachos que nos llaman y nos ocupamos de escuchar a Tego Calderón con mucha atención para citarlo continuamente porque lo consideramos el nuevo Dalai Lama.
El culto empezó hace unos días cuando una amiga me confesó que es mucho mejor ser hombre porque no hay que racionalizar cada paso que uno toma. La vida tiende a ser mucho menos complicada y no hay espacio para los miedos en la relaciones. Pero toda esa teoría se fue por la borda cuando una tarde del fin de semana me dijo con tono sarcástico “estoy como Jesucristo en la cruz llorando lágrimas de sangre, porque el nene que me gusta no me ha vuelto a mirar ni llamar”. Primero me reí a carcajadas por la imagen y luego entendí que mi amiga estaba teniendo una pequeña crisis de identidad y que mi obligación era reafirmarle que ahora que era hombre, se debía concentrar en que podia orinar en cualquier sitio sin hacer largas filas. Le señalé una y otra vez los beneficios de ser como ellos, de actuar como ellos, de sentir pero de actuar desinteresado ante cualquier situación difícil. Mis palabras no sirvieron para nada, porque con el mismo tono me dijo “creo que debemos rendirnos Andrea. Somos nenas, siempre seremos nenas, jamás podriamos ser hombres...a quien estamos tratando de engañar?”.
Enganché mis guantes como Tito y me fui de retiro porque uno tiene que saber cuando el otro te tumba con sus puños o cuando hay que parar la pelea. No podemos seguir pretendiendo. Así que como dice Tego, aparentemente hay que meterle sazón, batería y reggeatón para volver a ser nenas. Primero hay que aceptarlo para luego vivir con esa decisión y volver a aprender a llorar en las pelícuas fresitas de los viernes en la noche...claro está después de estar media hora parada en una fila de un baño público.