Mi experiencia zen
La última vez que entré a Zen Spa fue el pasado agosto cuando mi mamá me regaló para mi cumpleaños un masaje carísimo que consistía en colocar piedras volcánicas calientes en distinto puntos de mi cuerpo. Llegué sola y lo disfruté pero pensé que por el precio de aquel masaje (que no ha sido el mejor de mi vida) la gente de Zen Spa le estaba robando los chavos a mi vieja. Nada, otro año a llegado y con la celebración de mi cumpleaños llega otro masaje de una hora, esta vez regalado por una de mis mejores amigas.
Déjenme explicarles un poco de la experiencia Zen que tuvimos hoy para que se rían un poco. Discutimos antes de entrar por la puerta del spa de todas las cosas que queríamos soltar en este año. Chismeamos, nos dimos terapia...ustedes, mujeres lectoras mimbrosas, saben de lo que hablo: una tarde chévere entre dos amigas donde no existe espacio para nada más. Hombres lectores de Mimbre, para ustedes se traduce en una tarde con sus chicos y cervezas en las manos!
A lo que iba.
Cuando subimos las escaleras me percaté del cambio drástico en el ambiente. Se escuchaba una música suave, distante y relajante. Velas e inciensos por todas partes y sonrisas de la mujeres vestidas todas de negro que trabajan allí. Mientras mi amiga hablaba en el counter sobre nuestras reservaciones, ví un Buda gigante que me miraba desde el pasillo juzgándome como queriéndome decir" hace tiempo como que tú no te relajas". Traté de respirar en aquel cuarto y nos escoltaron hasta los baños que en jerga zen se llaman "women's locker". Nos dieron dos batas maravillosas, dos sandalias a prueba de agua, una toalla fresca y una pequeña e interesante toallita diminuta para las manos y la cara. Me metí al baño para cambiarme y quitarme la ropa cuando una de las "black girls"(no es inapropiado el término, llamaré así de ahora en adelante a las mujeres que trabajan allí) me tocó la puerta...
"Disculpa Andrea, bienvenida a Zen Spa. Aquí tienes"
" Y esto que es?" dije yo
"Es un panty desechable"
Que día maravilloso pensé yo! No solo me darán un masaje de una hora sino que también nos regalan panties! Me pusé a pensar un chin en porque me daban un panty y cual era la función de aquella servilleta diminuta que parecía como un gstring mal elaborado, cuando mi amiga me avisó de que nos metiéramos al sauna.
Para allá fuimos y estuvimos 15 minutos disfrutando de los efectos del calor, pero sin exponernos al sol. La experiencia zen había comenzado. De ahí pasamos a un cuarto de "relajación" en el que habían dos mujeres guaynabitas sentadas en dos grandes sillas. Qué tipo de problema pueden tener estas individuas que vienen a Zen Spa a relajarse? me dije. Es que ya nadie corre? Las miraba y me preguntaba si esta era parte de su rutina diaria y si de ese cuarto de relajación partían a la trincheras de Guaynabo a buscar a sus niños al colegio. En ese viaje mental y de la diferencia de la clases sociales estuve pensando hasta que María me vino a buscar.
María era la masajista. Cuando la ví tengo que admitir que me asusté. Estaba vestida de negro, era ancha y tenía un bigote enorme...mas bien una lanita arriba de los labios. Cuando me saludó no dudé en pensar....me jodí! y yo aquí con el panty de servilleta mal acomodao!!!!! No fue un momento zen.
Me llevó hasta un cuarto y me dijo que me quitara la ropa. Así que ahí estabamos mi gente, yo en la camilla y María a mi lado parada y dispuesta a comenzar su trabajo. Tan pronto me puso la manos encima cerré los ojos. Me dije a mi misma:
"Andrea, querida, respira que es sólo una hora, solo piensa que son la manos del nene que te gusta" Y en eso estuve; entre eso y babearme.
Tengo que admitir que cuando ella muy dulcemente me preguntaba "la presión esta bien Andrea?" yo lo que hacía era asintir con la cabeza porque me dormía del estado de relajación en el que me encontraba. Había música con los sonidos del mar, y en Culebra estaba metida mi cabeza. Había un fuerte olor a canela, y comiéndome un mantecado con canela estaba yo. En fin que mi momento zen había llegado y mi mente estaba pensando en los colores bellos del arcoiris, en el canto de los pitirres que van a mi balcón y en aquellas manos de María que increíblemente se sentían como las de un hombre. Por un momento imaginé que aquellas manos eran las de George Clooney, pero esa era una imagen irreal así que cambié de opinión y pensé en Bobby Joe Hatton que es boricua, irresistible y siempre tiene el control de la bola en la cancha. Lo ví sudao y con sus veinte tatuajes.
Estuve en Culebra con Bobby Joe comiéndome un mantecado con canela por una hora.
Coño!!! le dije a mi amiga cuando salí por la puerta...esto si que es un regalo!
Y fue así como rescaté mi mojo!