El Mimbre Despeinado

El sillón tiene algo que te pica. Cuando lo miras es un pelo de mimbre que se niega a volver a su sitio. No es rebeldía, es familia del plástico del sofá. El mimbre despeinado está fuera de lugar.

viernes, septiembre 20, 2024

Papas y rayos







Pronto “que te parta un rayo” va a dejar de ser metafórico. O sea, que va a ser igual de violento que desearle a alguien que lo maten en medio de un carjacking. Y es que nunca había escuchado tantos rayos como en estos últimos meses. Ya van más de tres personas que recientemente me han contado los efectos de un rayo en su vida. El último fue un compañero de trabajo que vive en El Señorial y se quedó sin luz porque cayó un rayo en el transformador de su urbanización. Lo raro, me dice, es que la mitad de las casas de su urbanización sí seguían con luz, pero a él le tocó la mala suerte de tener que esperar una semana para que le regresara. Luego me entero que tuvo que bregar con su planta, algo de tirar un cable o poner un switch para que la piscina pudiera filtrar el agua. Lo escuché hablando por teléfono con su electricista y como sucede cuando me hablan de electricidad o plomería, me desconecto. Lo importante es que resolvió y al final su piscina filtraría el agua, con o sin luz.


Si bien han sido afectados por rayos, nadie que conozca ha sido víctima trágica de un rayo; ni siquiera mi amiga de los cuentos dramáticos, a la que un rayo achicharró uno de los muchos árboles en el parque de su urbanización, el mismo parque en el cual un árbol podrido por poco le mata la hija menor cuando le cayó una rama a un centímetro de su cabeza mientras paseaban al perro. La historia trágica la leí en NotiCel, o en Metro, o en Twitter, o en quién sabe quién escribió lo que una lee. Era sobre una persona, no recuerdo pero creo que era un viejo, a la que él rayo le cayó en la casa y le partió el techo encima de su cuarto. Tampoco recuerdo si murió.


Medito sobre rayos porque estaba haciéndome algo de comer cuándo de nuevo empezó a llover y los truenos hacen que mi casa de cemento armado vibre. Pensé en el calentamiento global porque es obvio pensar en eso cuando llevas más de 5 meses escuchando truenos a las cinco de la tarde. Me limpié las manos en la toallita gris que me engancho del manguito del brassiere cuando cocino e hice una búsqueda en Google: “lightning and global warming”. El primer resultado después de los cinco sponsored results explicaba que al calentarse la tierra suben unos gases especiales que al chocar con las nubes provocan rayos. Los próximos cuatro resultados me daban detalles sobre la relación entre el calentamiento global y el aumento de gente que muere partida por un rayo en India. Fueron 35 el año pasado en una provincia de poca gente. Google es un lugar extraño. Si no fuera porque vivo en el Caribe, pensaría que India es el único país con territorio en latitudes tropicales.


Dejo Google y vuelvo a poner el Daily Show del NYT en mi teléfono para poder cocinar con este calor. No soy fanática del Daily Show, soy fanática de que dure 22 minutos. Aun así, soy selectiva; nunca escucho episodios sobre política internacional, especialmente episodios acerca de latinoamérica, Palestina/Israel o Ucrania. En verdad solo lo escucho para oír los bochinches políticos internos de los americanos, cosas que no me importan tanto, como sus elecciones. Ahora estoy escuchando sobre la ventaja que Harris le lleva a Trump, discuten si la ventaja es aparente o no es aparente. Hay cuatro expertos que no se ponen de acuerdo y ya van para los 16 minutos. 


Escucho el debate mientras pelo cinco papitas que compré antier. Las voy a poner en el hornito para comérmelas con un revoltillo. El huevo está rápido, por si acaso se va la luz. De cinco mini papas, tuve que botar dos porque tenían rayas y lunares grises en su interior. Aquí el comprar frutas y vegetales resulta en una apuesta más cara que las tragamonedas que se riegan en todas las gasolineras. Ya ningún zip code es inmune a las maquinitas.


Pelo papas, boto papas, y los rayos siguen. Mi gato lucha por que no le den miedo, insiste acompañarme en la cocina, pero con cada trueno sale corriendo y se mete debajo de mi cama. Repite la coreografía una y otra vez. Pelo papas, boto casi la mitad, trato de ganarle al reloj para que no se me vaya la luz sin haber terminado mi cena, mientras escucho todo tipo de hipótesis sobre las elecciones en Estados Unidos. Me obsesiono con los malabares lingüísticos del NYT para hacernos creer que todo depende de estas elecciones. Cae un rayo. Despierto de nuevo.


He tenido muchas oportunidades para sentirme completamente enajenada de ese país, pero nunca los había sentido tan irrelevantes como hoy: 20 de septiembre de 2024. Sonó el pitido, las papas están listas y me sorprendo tranquila porque al fin parecería que nos empezamos a sentir capaces de sentir un luto colectivo que aguantamos hace muchos años. Al que no piensa las cosas mucho un luto colectivo le parecerá trágico, pero no lo es.